domingo, 4 de septiembre de 2011

Reflexiones de bolsillo: arquitectura contemporánea, un discurso cínico

Este tema de la contemporaneidad o de cualquier cosa que es de cristal, juega con formas tentadoras, usa tecnologías de punta, sinceridad de lenguaje, va de la mano con uno u otro discurso, etc.; y donde últimamente se está formando como un culto de adoración al render, se produce tanta arquitectura “contemporánea” sin ni siquiera tener una teoría por detrás que la sustente, se produce sólo por el hecho de producirse, de legitimarse en las expresiones de quienes observen el render, esa realidad no real, ni virtual que se explica y se justifica a sí misma, al punto que los estudiantes o arquitectos jóvenes llegan a considerar que no hay arquitectura sin render… todo esto se engloba en algo tan nefasto como es la arquitectura contemporánea.
Ahora bien, ser contemporáneo implica muchas cosas, implica estar acorde con mí tiempo, mí lugar, mí sociedad y un montón de “mí” que me conectarán con esa realidad que nos transporta al mismo plano.
Yo puedo producir arquitectura contemporánea, pero sólo lo será para quien juzgue ese edificio desde un punto de vista meramente arquitectónico, dejando de lado la realidad en la que se inscribe. Porque, si con el solo hecho de proponer arquitectura “contemporánea” estoy generando situaciones que trascienden el hecho mismo, entonces la situación se torna más compleja y ya no es tan tentadora.
Me explico: la Facultad nos forma (o nos deforma) para que veamos/trabajemos/incidamos y decidamos sobre una porción de la realidad, siempre tomando partido por situaciones que creamos son mejores. Pero esta situación de la parcialidad de la realidad no me permite ver que mí realidad contemporánea interactúa casi de forma directa con otras realidades tan contemporáneas como las mías, donde es tan contemporáneo mí torre de oficinas y todo el entorno que genero dentro de un plan de urbanización de mejoras; es tan contemporáneo esto, como las personas que fueron desplazadas generando espacios contemporáneos de informalidad y ausencia de servicios y tecnologías.
Ser contemporáneo no es lo malo; si no, estar desconectado de la realidad es lo malo. El dedicar horas de esfuerzo y tiempo, y también dinero, a crear/fomentar y/o defender una parcialidad de la realidad como una verdad es lo malo. El formar mentes que sólo ven una parte de la complejidad es lo malo. Claro está que es más tentador crear mentes que sueñan con un mundo de cristal, a mentes que pueden también pensar en un mundo de barro, un mundo que no busca ser tapa de revista, pero sí tapa de una historia diferente, y quizá más tentadora por la cantidad de desafíos y lógicas que interactúan en ella.
Hoy estoy formando parte de esta tormenta, necesito para terminar mi carrera formar parte de esa corriente de cristal, necesito demostrar que puede hacer arquitectura contemporánea, que puedo diseñar un mundo mejor, y al mismo tiempo demostrar que puede estar tan desconectado de la realidad. Luego, le pondré el sello de “arquitectura contemporánea” y para estar más aun en boga, le estamparé arriba el sello de “sostenible” y con esto me aseguro el pase a las ligas mayores que conforman la globalización (un discurso aun más cinico). Total, el discurso ganador no será aquel que desde el punto de vista epistemológico sepa reunir verdades y creencias en una lógica, de lo contrario será aquel que más disfrace la realidad de ese glamur tentador en la nueva cultura del render.
Al decir de Roberto Fernández: “…quizá la globalización, como fenómeno cultural, sería el status quo consecuente de tal fin de la historia, con características a la vez críticas, multiculturales y descolonizadoras en cuanto a la multiplicidad de localías y subculturas de minorías y a la vez, cínica, oportunistas y debilitadoras de las tensiones del mundo a la vez unificado por las comunicaciones y fracturados por la invisibilidad creciente de lo que no alcanzó un mínimo de modernidad …”

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